Es la tierra donde el sol no duerme en verano y las Auroras Boreales bailan desnudas en invierno. El estilo informal y relajado de sus habitantes y la imponente vastedad de su dramática naturaleza, hace de este país nórdico un verdadero exotismo.

Cuando el avión se aproxima a Noruega, país que fue elegido como el “más feliz” del mundo en 2017, parece como si aterrizaremos en una ilustración de Theodor Kittelsen. Como si los fantásticos personajes de su folclore, troles y hadas nos dieran la bienvenida desde los infinitos bosques y cuerpos de agua que se visualizan con la altura.

Pero una vez en el suelo, la arquitectura moderna de sus instalaciones públicas contrasta brutalmente con el diseño tradicional de sus casas hechas en madera, pintadas de rojo.

Noruega tiene un poco más de cinco millones de habitantes distribuidos en un extenso territorio por lo que le hace un lugar para disfrutar del silencio y del espacio personal que es amplio. Esto le convierte en el destino perfecto para encontrarse a sí mismo y ver al otro en su esencia casi pura, porque generalmente no gustan de adornarse demasiado, ni en el atuendo ni en adjetivos calificativos.

Cuando vengas al país del dramaturgo Henrik Ibsen, del pintor de El Grito, Edvard Munch y del compositor Grieg, hay que traer zapatos cómodos y ropa adecuada porque, aunque el sol brille en todo el esplendor del verano, la lluvia y las brisas que viajan desde el Círculo Polar Ártico mantienen el clima templado y desde temprano en otoño, las temperaturas bajan. La noche se adelanta y todo se viste de hielo.

Oslo la ciudad de las estatuas desnudas

Oslo es la capital de este país escandinavo. Aquí, como por ironía, la mayoría de estatuas están sin ropa. Como si quisieran demostrar la personalidad fuerte del oriundo ante la fustigante intemperie. Esto se aprecia en todo su esplendor gracias Gustav Vigeland, escultor quien concentró en un maravilloso parque más de doscientas figuras en bronce y piedra. Con ellas se busca dejar “al desnudo”, las emociones y los estadios del desarrollo del hombre.

Como en toda gran ciudad, en Oslo se concentra la vida cosmopolita del país. Bares y restaurantes siempre animados, de excelente calidad en su mayoría, pero una calidad de alto precio. Y es que este copo de nieve es de las capitales más costosas de Europa y del mundo.

Sin embargo, qué son unas monedas extra para comer del mejor salmón del mundo hasta que te salgan escamas y comiences a nadar por sus heladas aguas arriba. Si quieres puedes probar en Huk, una de las playas más concurridas de la ciudad.

La arquitectura y decoración nórdica es conocida por su sencillez y líneas limpias, por lo que no esperes encontrarte con edificios muy antiguos ni adornados, al contrario, te llamarán la atención las estructuras en vidrio y ultra modernas, como el museo de arte contemporáneo en el complejo de Aker Brygge o la Casa de la Ópera sobre el agua.

Ni siquiera para el Museo del Barco Vikingo se levantó un edificio muy complicado, en este reposan hallazgos arqueológicos de las naves que usaban los temibles navegantes y muchos objetos de su herencia milenaria. Lo mismo ocurre en el caso del museo de Kontiki, la balsa que llegó hasta la Polinesia desde Perú. Esta gente sabe mucho de navegación y de geografía, sin lugar a dudas, por lo que no te extrañe que al conversar con un noruego, sepan más de los detalles fluviales o geográficos de tu país que tú.

Cambio de Luces

Llega el invierno y con él la oscuridad. En los restaurantes se encienden las chimeneas y las muchas velas que, junto al silencioso calor de los radiadores, se logra una sensación acogedora o “koselig” como le dicen ellos.

Es precisamente en ese momento helado cuando las cosas se ponen buenas para los amantes de los deportes de nieve, se les ve alegres por las montañas mientras el cielo, un terciopelo negro, se engalana con las Auroras Boreales, que tienen todo el escenario de la noche para hacer su aparición, casi fantasmal de colores brillantes. Y sus cazadores se mudan al norte para atraparlas o al menos admirarlas.

De Norte a Norte

Desde noviembre y hasta febrero, el sol sale a penas un par de horas o ninguna dependiendo de que tan arriba llegues, contrario al verano cuando se produce el fenómeno que se conoce como “el sol de medianoche”, es cuando el astro no se oculta. Un espectáculo que hay que presenciar al menos una vez en la vida.

Para aquellos amantes de la velocidad y los motores, nada como cruzar la tundra de hielo en una moto de nieve al lado de manadas de renos y cohabitando con la cultura Sami, aborígenes locales herederos de esta parte de la tierra. Una experiencia para rememorar cuando al monótono compás de la rutina, las cosas se pongan aburridas.

Pero, para viajar a Noruega cualquier época es buena. Experimentar un viaje en carros tirados por perros en la nieve, atravesar el océano por una carretera de tal movimiento que parecen las faldas de Marilyn Monroe, salpicadas del agua que rompe las olas. Donde pocas horas más tarde, te topas de frente con un inmenso glaciar o una gran cascada que salta al mar.

Quizás prefieres llegar en un crucero de tres pisos que desafía el estrecho de montañas que protegen la ensenada del fiordo de Geiranger, todo pintado de colores profundos que sólo se ven ahí, en el norte.

Noruega es el país del salmón como he dicho arriba, del bacalao, de la trucha del ártico y toda una amplia variedad de frutos del Mar, y la pesca como deporte es muy popular. Llegan de todos lados del mundo a la búsqueda de los hijos de Neptuno. El archipiélago de Lofoten es uno de los más populares destinos para la pesca de mar.

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Este país no te dejará corto de vivencias porque por los cuatro puntos cardinales te mostrará lo más hermoso que tiene, con la sutileza y particularidad de un copo de nieve o con la furia apasionada del zarpazo de un oso polar de la isla de Svalbard. La apertura azul de Stavanger, la camaradería de Tromsø, Alta y Trondheim, o la melancolía de una lluvia de Bergen.

(Fotos, cortesía de northernnorway.com)