Una mujer de edad madura, tez tostada, vestida con una manta de lino bordado, deja ver de sus habilidosas manos callosas un entramado de líneas de colores que le pasan firmemente por entre los dedos, anticipando un diseño impecable y delicado. Mientras trabaja, musita una tonada que no puedes entender.
Concentrada teje lo que será una hamaca que quizás comprarás en la tienda de artesanías, pidiendo una rebaja, y en ella te mecerá bajo un árbol “Masawa”, en Nahuatl, el viento nocturno.
Y es que el espíritu indígena habita en los hilos del chinchorro, en el dorado grano de maíz, el plátano y la Yuca, ingredientes comunes en la dieta de la mayoría del americano. Ya sea en lo más crudo de su esencia o en lo más refinado de un platillo en un restaurante de categoría cinco estrellas en Europa o en Asia.
Según informes estadísticos, el 8,3% de América Latina es indígena, “desde la Patagonia y la Isla de Pascua, hasta Oasisamérica en el norte de México, pasando por distintas áreas geográficas como Chaco Ampliado, Amazonía, Orinoquia, Andes, la Llanura Costera del Pacífico, Caribe Continental, Baja Centroamérica y Mesoamérica” asegura el reporte de la ONU.
Ellos han logrado perpetuar sus raíces y de alguna manera las nuestras, porque, a fin de cuentas, en esos hilos entramados de la historia, nos unimos con ellos en algún punto de nuestro ADN, a pesar del mestizaje.
Un encuentro más que pasado, presente
Pero ¿qué es el etnoturismo o turismo indígena? Se define como la visita a lugares de procedencia propia y ancestral, y se suma a que son los propios indígenas quienes trabajan, operan y manejan la tierra visitada.
En algunos países el turismo indígena está organizado de tal manera que se hace sustentable. Es justo que se le de relevancia a las tribus como los Incas, de cuya desarrollada sociedad apenas quedan los vestigios de Machu Pichu en Perú. O a los Mayas y Aztecas con sus pirámides legendarias.
Sin embargo, la tendencia actual es mostrar las nuevas rutas, convivir con las etnias vivientes y hacer de la experiencia algo del presente.
En Mexico, por ejemplo, los paquetes turísticos incluyen ciudades de occidente como Colima y Michoacán, al centro y sur el DF, Estado de México, Guerrero, Hidalgo, Morelos, Oaxaca, Puebla, Tlaxcala y Veracruz y al sureste Campeche, Chiapas, Quintana Roo, Tabasco y Yucatán.
En Colombia, las opciones de etnoturismo incluyen la visita a los indígenas Wayúu, una comunidad que se desarrolla en la árida zona de la Guajira colombiana.
Por su parte la oferta de los Mapuches y los Aimara en Chile no queda desatendida, e invitan a conocer su espíritu guerrero, y ofrecen la posibilidad de dormir y cocinar con ellos. Enseñan sus tejidos y artesanía y la muestra de la exótica gastronomía basada en carne de llamas y alpacas con quinoa.
No dejan de promocionar la aventura en Isla de Pascua y en lo que llaman el fin del mundo, se puede compartir la vida Yagan, pueblo originario que navega en canoas por los canales de Tierra del Fuego.
El Kerepakupai-merú
“Aquí en la sabana vivimos los indios con el pie en el suelo
y la cara al sol. Tenemos armas el arco y la flecha con la cerbatana y el curare atroz. Pueblan nuestros montes el jaguar y el danto que nunca faltó.
Gran sabana la de malocas redondas del kumache y Kachiri.
Patria amada no hay lecho como el chinchorro ni sabor como el del ají”. Poesía Pemón
El Kerepakupai-merú es el nombre Pemón del Salto Ángel. Ellos tienen su territorio en el Parque Nacional Canaima en Venezuela. Son los lazarillos de los turistas que tendrán la dicha de explorar este paraíso en detalle gracias a sus servicios de guía con posibilidad de pernoctar en la sabana.
Con sus rudimentarios recursos tratan de desarrollar el turismo, y perpetuar su especie al tiempo que se enfrentan al titánico reto de erradicar de la zona las actividades de minería ilegal. Pero no dejan de alabar a su tierra amada y los visitantes que buscan esa conexión originaria no dejan de viajar al Parque Nacional venezolano.
Roraima y la cadena de tepuyes de este punto al sur de Venezuela son formaciones rocosas desde los inicios del planeta y es un área altamente poblada de indígenas, como los Yanomamis más hacia el área del Amazonas. Hasta el Rey Harald de Noruega se bajó de su pedestal y dijo haber cumplido un sueño, cuando pudo convivir con ellos hacia el año 2013 en la correspondencia brasilera.
El Hard Rock del Norte
Si piensas que los indígenas pueden ser poco hábiles en los negociós, los hechos prueban lo contrario. En el año 2007 la tribu de los Seminioles de Florida adquirieron la cadena de restaurantes Hard Rock Café valorada en algo como 965 millones de dólares. Una red de 124 tiendas en 45 países, además de la mayor colección de objetos musicales de culto auténticos del mundo.
Sin embargo, la mayoría de la población norteamericana de raíces étnicas, ha preferido entrar en la cultura de la mayoría. No es de extrañar entonces que en el banco, en la tienda o en el restaurante, te reciba una Cheyenne, alguien de los Shoshone, incluso un Cherokee.
Y es que, en la parte norte de América, las diversidades de asentamientos nativos se cuentan por cientos. Algunos más abiertos a los turistas que otros, pero con seguridad han dejado y siguen influenciando a la sociedad con sus huellas que han quedado grabadas en madera, cuero y piedra.