Hay quienes aseguran que, a causa del calor, la deshidratación y la monotonía del paisaje, podemos tener alucinaciones en el desierto. Y aunque no se sabe si esto es verdad, lo que sí es cierto, es que hay un desierto en los Estados Unidos de Norte América que esconde más que un espejismo, es una obra de arte donde, inevitablemente llegaremos a otra dimensión aun estando en nuestros cabales.
Formado por millones de años de erosión, gracias a la acción del río Colorado sobre las rocas de Arizona, el Gran Cañón abarca más de cuatrocientos kilómetros de longitud y posee profundidades de hasta mil seiscientos metros. Las líneas que se expresan en sus anchas cordilleras, nos hablan de los inicios mismos del planeta, y el contraste de colores rojizos, ocres, cobres y naranja nos hacen pensar en las pieles tostadas de los nativos que habitaron sus terrenos desde mucho antes de la colonización.
Helado entre noviembre y febrero nos evoca a un hermoso bizcocho espolvoreado de azúcar impalpable por las sutiles nevadas que caen sobre sus mesetas. Ahí nos sentamos en la cima del mundo, viendo la nada y el todo reflejado en el vuelo de un águila, o en la tenacidad de una mula que sube o baja lentamente bordeando un farallón.
Seguramente hemos oído hablar de él y podemos suponer su belleza gracias a las fotografías y reseñas que encontramos en internet, pero cuando llegamos al parque, y se abre ante nuestros ojos es cuando entendemos la magnitud de su garganta gritando a viva voz con la potencia del planeta. Entonces el corazón se sintoniza y luego no somos de un país o de otro sino terrícolas. Una misma especie, una misma raza, una misma condición.
El vacío llama y emprendemos la caminata, porque no basta con quedarnos solamente en los miradores, pues la experiencia se hace más profunda a medida que vamos descendiendo. Meditando sobre el paisaje, entendiendo que así puede que sea la vista en Marte o filosofando que la vida es maravillosa.
Bajando o subiendo, nos cruzamos con turistas de todas partes, saludamos y se respira un ambiente puro y cordial, y quisiéramos que así fuese siempre en todas partes.
Atrás queda la idea del extra-grande y de la comida rápida típica de los comerciales en ese país, de la producción en masa, y nos adentramos en un mundo muy rudimentario, el mundo de nuestro propio cuerpo, y de nuestra propia motricidad, en concordancia con el medio que nos rodea, porque no hay máquinas allí, solo la máquina del tiempo que ha trabajado para cincelar el Gran Cañón.
La máquina de nuestro cuerpo que provisto de abrigo y cómodo calzado, a la vez que, de agua y frutas o abastecimiento, funciona lleno de adrenalina y oxígeno del más puro activa la cámara fotográfica del alma, cuyas fotos no borrará de la memoria jamás.
Por los alrededores del cañón todo es sencillo. Hay hospedaje y dependiendo de la temporada pueden estar llenos, así que es bueno planificar. Los restaurantes en su mayoría de carnes tienen buen servicio y hasta se puede disfrutar de un entretenimiento musical en vivo. Hay pequeños abastos con lo necesario y tiendas de recuerdos, pero nada increíblemente grande.
Las facilidades son bastante básicas pero completas y con buen nivel de higiene. Debemos tener en cuenta el clima que puede ser muy frío o muy caluroso y que la comodidad en el vestir y lo adecuado del atavío nos facilitarán la experiencia.
Como en el salvaje oeste o derrochando en Las Vegas
La visita al Gran Cañón se complementa con un recorrido por El Valle de los Monumentos, en la frontera entre Arizona y el estado de Utah, dentro del territorio de la reserva de los nativos Navajos.
El Valle de los Monumentos nos traerá recuerdos melancólicos a muchos amantes del cine vaquero ya que legendarias películas como Fuerte Apache y Río Grande fueron rodadas aquí. También de otros géneros como Thelma y Louise dejaron sus ruedas marcadas allí, así como el Coyote dejó su piel y sus esperanzas de atrapar al Corre Caminos estampadas en las rocas de este lugar infinidad de veces.
Este es un parque nacional por lo que hay que pagar entrada por coche y respetar las áreas que no tienen acceso, pero la visibilidad es excelente y no tiene desperdicio.
Otra opción para seguir conociendo a fondo esta región de los Estados Unidos, es visitar el Cañón Antílope, descubierto por pastorcillos del lugar, cuando uno de sus animales se perdió y fueron en su búsqueda. La oveja les habría llevado a un impresionante pasadizo de piedras con forma de cueva, también producto de la erosión del agua.
La entrada de luz es impresionante y los colores de las paredes de piedra parecen pintadas en degradé de calidez, a mitad de la caminata aparece el distinguido y elegante antílope que da nombre al cañón.
Es una visita guiada por los locales ya que puede ser peligroso su acceso y también para controlar la cantidad de turistas. En el pasado era libre el acceso, pero desafortunadamente hubo quienes se dispusieron a maltratar el recinto y los navajos decidieron tomar control.
Para terminar con broche de oro y la excursión por el maravilloso desierto de Arizona, no hay que perderse el cañón Herradura, cuya vista desde arriba nos hace imaginar que a un caballo gigante que galopaba por el cielo, perdió su casco en la carrera y cayó justo en este sitio y la marca fue tan profunda que se llenó de agua, o de las lágrimas, por el dolor que sintió al perder su herradura de oro y esmeralda en este desierto, origen de tantas historias y leyendas de la cultura norteamericana.
El cañón Antílope y el cañón Herradura son vecinos, y la salida hacia los dos, comúnmente se hace desde la ciudad de Page, aquí hay buena variedad de restaurantes y de servicios incluyendo un buen supermercado, farmacia, oficina de correos y cajeros automáticos, por si se quiere reabastecer comer completo.
Y si aún queda tiempo, energía y dinero, se puede terminar el recorrido en un ambiente de fantasía y de lujos y probar fortuna en Las Vegas. Después de todo, el sonido de las monedas siempre tendrá su público, lo mismo que los espectáculos y el entretenimiento nocturno. Además, dicen que Elvis (Presley), está vivo, y con un golpe de suerte, se le puede ver de camuflaje ahí en el desierto, en Las Vegas.
Para hacer este paseo podemos volar hasta la ciudad de Los Ángeles en California, explorar este popular destino de la costa un par de días, para luego remontar la famosa Ruta 66, ícono de Hollywood y rodar hasta Arizona y disfrutar de todas las maravillas que el desierto nos propone. Con una buena selección musical, refrigerios para la carretera y unos buenos lentes de sol, al pisar el acelerador nos sentirnos como Rayo McQueen, el protagonista del animado “Cars”, sin duda pasaremos unas vacaciones de película.