A donde el corazón te lleve: Yakushima

Todavía puedo percibir el olor de la isla, mientras escojo las fotos para esta entrada.

No es fin de año, pero sí el comienzo y por escribo sobre este destino mágico en el que la imaginación y el paisaje se unen libremente y tomándose de las manos, se elevan y al llegar al cielo, explotan como fuegos pirotécnicos sobre su verde faz cubierta de cedros milenarios y cascadas que corren como lágrimas de felicidad.

Yakushima está al sur de Japón, es una isla de forma impresionante, casi circular, con montañas altas y bosques que pertenece a la prefectura de Kagoshima.  Su ubicación en el globo y su clima cálido-templado, le  convierte en el hogar de casi dos mil especies y subespecies de flora, incluyendo el Sugi, que es el cedro japonés. Algunos de estos sugis pasan del milenio de antigüedad y se cree que el más viejo alcanza más de cinco mil años. (Aunque es un hecho que tiene al menos dos mil… no creo que los árboles se quiten la edad). Cuando se cuenta así uno dice, vaya, cuantas flores y plantas, pero, estar allí es otra cosa.

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Quienes han leído otras de mis entradas se habrán dado cuenta de que disfruto del silencio, pero no un silencio sepulcral, sino del silencio del quehacer humano.

El silencio de las máquinas, del barullo que produce el estrés y es simplemente porque cuando el humano calla, la naturaleza habla. A pesar de que Tokio es mi escape favorito en el mundo, (junto con Sydney), Yakushima tiene otra cosa, un portal por donde atraviesa mi corazón cuando me hace falta soñar.

La naturaleza aquí festeja, es traviesa y tiene mucho que decir. Por ejemplo, que las fuertes lluvias casi a diario lavan los residuos que el contaminado viento que viene de China les deja pegado en sus copas.

Llegué a la posada donde me iba a hospedar y al entrar en la habitación dije ¿dónde está la cama? Es broma.Era una sencilla habitación cubicular con lo necesario, un pequeño balcón para admirar afuera.312338_251718648297396_96491065_n

Escuché un pujo, pffff, sonaba, y luego al rato, pfffff otra vez. Salí a ver si había algún animal ahí y cuál fue mi sorpresa: era una flor que escupía. De su interior brotaba vapor, saliva, néctar, qué se yo. Capaz que era alguna sustancia psicotrópica, porque después de ese momento aluciné.

Era hermosa, con un bulbo color rosa y pelillos negros alrededor. No podía creerlo, una flor que respira o escupe, y después de un rato, escuché su voz.

«Hola Flor, bienvenida.  Te habíamos estado esperando. Sabemos que te gustará aquí. No tengas miedo de lo que sientas, veas o escuches. Queremos que sepas que papá árbol está con muchas ganas de verte» Y luego ya no la vi más, a la flor. Se perdió entre otras ramas.

Sacudí la cabeza y despabilé varias veces seguidas y sonreí conmigo y con ella. Y así comenzó mi aventura. Supongo que algo parecido habría sentido Hayao Miyazaki, mi creador favorito quien en esta isla se inspiró para dar vida a la Princesa Mononoke.

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«Los árboles gritan de dolor al morir pero tú no puedes oírlos»

En la mañana, antes de emprender la caminata de diecisiete kilómetros, quizás más, la casera de la posada tenía el desayuno listo. Aquí la comida es diferente que en tierra firme, está verdaderamente desprovista de la influencia occidental.485161_251718614964066_1563198191_n Es que no se conocen.

Una experiencia nueva para el paladar, sin espacio para los no me gusta eso. Pequeños bocados autóctonos, porque para patear la isla se necesita energía japonesa. Así de super-zayayín. Combustible como para hacer mover a un robot. Ya después también se necesita una vesícula de acero porque para la cena, los alimentos son en su mayoría tempurizados, es decir, fritos.

Una vez en camino de visita a papá Jhomonsugi, el más grande y antiguo de los yakusugi o cedros, me sentí emocionada y a la vez en  paz. Privilegiada, no sólo por estar ahí, por tener la oportunidad sino por haber sido invitada por el bosque.

Fue una caminata dura, de piedras, de momentos desesperados, porque el cuerpo no me daba más, porque no veía la cima. Fue difícil oír la voz del bosque cuando el cuerpo ñoño no dejaba de quejarse.485387_251716494964278_1372688524_n Sin embargo, había algo más poderoso en mi interior que dominaba al bulto de carne que yo era.

Cuando la maestría del espíritu ordenó a la flojera, se despejó ante mis ojos un mundo que antes estaba invisible. Me llené de calor aunque el aire primaveral era frío. Un poco de lluvia y un poco de nieve. Todo fue necesario para combatir la resistencia del cuerpo rebelde y orgulloso.

Entonces, los árboles más jóvenes mostraron sus diferentes rostros, narizones algunos, risueños los otros. Juguetones todos me decían «no tengas miedo Flor» y yo recelosa los tocaba, les hacía fotos, me detenía a conversar. hasta que entré en confianza e hicimos una fiesta el bosque y yo.

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Algunos me contaban que no sabían mucho de otros mundos, 859422_251708181631776_408996273_oporque a pocos les gustaba detenerse a hablar. Que tantos llegaban a visitar como pasantes que veían sin ver.

Todos querían llegar a donde Jhomonsugi pero no cuidaban sus maneras, su actitud. Pocos le reverenciaban y pensé en otra frase de la Princesa Mononoque: no me importa morir con tal de alejar a los humanos del bosque.

Pero hay muchos humanos buenos, les decía yo, amantes de ustedes… Yo soy de las peorcitas, y me reía. Pero ellos insistían en no decir sobre estas las cosas de la gente porque no entendían, y que por ser árboles no se entrometían con la naturaleza humana y luego sólo se dedicaron a enseñarme su belleza.

No hubo rincón donde no me sentí segura. Los animales venían curiosos pero me hablaban en otro lenguaje  y fue difícil la comunicación, creo que no, ellos entendían como, y ven como vete, pero aún así hicimos amistad.

Y seguía subiendo, agotada, hasta que finalmente con el sombrero en la mano y la lengua afuera, llegué a donde estaba asentado con sus inmensas raíces papá árbol. Y ciertamente mientras me acercaba había cantidad de fotógrafos, y otros japoneses muy solemnes quienes hacían también sus reverencias. 487288_251716338297627_2111718848_n

Y no charlamos, ya ves no habla uno así nada más con un soberano. Sé que se alegró de verme. Pero su voz era casi inaudible. Como si estaba ya en otro universo su espíritu. Y supe que la flor de mi balcón no había mentido, que me esperaba. Qué digo, la esencia de la naturaleza no miente.

Estuve un rato en silencio. Recuerdo alguien una vez me dijo no entendía que hubiese hecho ese largo viaje solamente para ver a árboles viejos, que era una especie de excéntrica. Pero es que no puede una desatender el llamado de la naturaleza, aunque venga del confín del planeta. Y debo decir que yo no tengo nada de especial, pero sí entiendo que lo especial no soy yo, sino lo que me rodea.

Al dejar el bosque, supe que no sería igual, al menos una parte de mí podía doblegarse cuando una verde voz me hablase. La conexión ha quedado para siempre con este lugar encantado, donde escapa raudo y veloz mi corazón cuando los rieles de la vida se descarrilan y encuentran una dura pared de roca por parada.

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Entonces, el bosque me recuerda que no tengo que estrellarme,  que humildemente siempre puedo parar, tomar otro sentido y continuar.

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Porque no sé hacer otra cosa que ir a dónde el corazón me lleve. Porque el corazón, no las ganas, la voluntad rebelde ni la razón, sino el puro corazón sabe de dónde viene, a dónde va y dónde permanece.

Es natural…

Yakushima es patrimonio de la humanidad, aunque yo creo que es patrimonio de los árboles, de sus montañas y de sus ríos y cascadas, de sus monos, insectos y cervatillos desde siempre. Pertenece a sí misma la isla… Y así que se quede.

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Flor con cerezo en flor

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