El Hostal de Gardermoen

No puedo recordar cuándo fue la última vez que tuve que dormir en un aeropuerto, pero me da la impresión de que ha pasado mucho tiempo. Hoy entendí lo que sentía Tatú el de la Isla de la Fantasía pero a la inversa, en vez de dar brinquitos viendo el avión llegar yo lloraba pensando en el avión que partía… sin mí.
Desde hacía ya varias semanas que planeaba este viaje, mi amiga y consultora Dalia y yo nos encontraríamos en París esta tarde. Todo estaba dispuesto desde antes de los ataques, por eso, aún con la zozobra que ronda el espacio, decidí seguir adelante con el plan. Pero algo muy sospechoso pasaba desde la mañana. El coche necesita gasolina -me dije- y a las nueve de la mañana salí a llenar el tanque.
La gasolinera estaba cerrada. No quise prestarle atención por lo que dije- lleno de camino al aeropuerto. Hay estaciones de servicio cada tres kilómetros o algo así.
Total que seguí: la batería está full. (Es un vehículo de estos modernos, que llaman híbridos, que trabajan con gasolina y electricidad). Pero era obvio que no me estaba despertando con mi pié izquierdo. (soy zurda).
La maletica de ilusiones estaba casi lista, para dos días no es que una necesite mucho, pero ¿qué he de ponerme en una ciudad que acaba de ser víctima de un ataque terrorista? Voy a trabajar, no pienso salir, pero de pijamas solamente no se vive. Eso es en Oslo. Si voy a trabajar en un proyecto, quiero sentirme emprendedora. Y tal vez usé una media hora que probablemente iba a recuperar en la autopista corriendo.
Debía entregar a Tito a «Chez Hege» o a casa de Hege, que es la señora que lo cuida cuando estamos de viaje. Ella vive en un lugar que se llama Kløfta, unos 15 minutos extra, entregarlo y listo, otro acelerón en la autopista y se acabó. Calculé mal y sin embargo, de no haber sido por las circunstancias que ahora voy a describir, hubiese llegado a mi vuelo.
Primero, un tráfico en la autopista que pensé que estaba en Beijing a las 5 de la tarde, por no decir Caracas a cualquier hora. Un accidente. Ya veía el reloj y supe que no llegaría, o ¿todavía tenía esperanzas? Quizás en el peor de los casos ¿tal vez podría atrapar un vuelo más tarde?
De repente oscureció, todo se puso negro de un brochazo, nada de atardeceres rojos maravillosos y románticos. Se apagó la vela y yo ciega. Gracias a Dios que en este vehículo automotor las luces son potentes pero, y esa neblina ¿De dónde salió?. De verdad pensé en Miseria, la película. No porque sean lugares de miedo, pero las posibilidades de que se me atravesara un alce eran reales y bastante elevadas. Me perdí por hora y media.
Fue tan triste todo que me rendí, y eso no sucede con mucha frecuencia. Tuve que parar en un sitio de hamburguesas y llamar a la señora para que recogiera a Tito. No sé cómo voy a hacer cuando me toque pasarlo buscando el domingo. Igual terminé peleándome con el vendedor y hasta le mandé a llamar a la policía. Quiero agradecer a Hege, la señora, que haya salido a buscar a mi cachorro a menos seis grados de frío porque yo estaba perdida y con una sonrisa me dió aliento. No la tenía fácil y al ver a Tito feliz saltando a su coche fue un alisciente.
Corrí hasta el aeropuerto, pero no pude porque habían retrasos en la vía por arreglo de las carreteras. Ya me reía. No me puse histérica, no lloré, no me resistí. Es que claro voy a París.
Pocas personas sabían esto, pero hoy quiero hacerlo público, terrorismo aparte, París y yo desde hace muchos años tenemos una relación atormentada, de amor y odio. Hace mucho que poco nos hablamos, mantenemos una relación cordial porque es un lugar conveniente para encontrarse con gente.
Una vez en el área que pertenece al aeropuerto logro estacionar, pero la guinda de la torta fue cuando, el autobús que me llevaba al terminal se metió por todos y cada uno de los estacionamientos hasta el número 11 mientras que un hombre me hacía una encuesta de control de calidad y satisfacción del viajero. Fue como cuando un “pana” te monta un fastidio por algo que sabe que te va a molestar pero hay que tomarselo con soda, hoy con una cervecita más bien.
Foto del día 20-11-2015 a la(s) 21:43 #4
Soy terrible lo sé, a veces confío demasiado en mi suerte. Hoy el papel de aluminio que brillaba en el suelo, era solo eso, papel de un envoltorio de chocolate y no un boleto mágico a otra dimensión, como a veces me pasa. Ya encontré mi nicho, en el aeropuerto, en la zona de llegadas hay un restaurante que tiene unos sillones largos y ya sé que puedo quedarme aquí. Tal vez hasta me ponga mi pijamita… Como hace falta una amiga para pasar estos momentos.
¿Por qué no me voy a casa? Porque ya estoy aquí, con lo que me costó llegar… A parte del sueño y del cansancio, me daría de todo quedarme dormida o vivir esta travesía de nuevo. Aunque ningún día se parece a otro, me siento como Bill Murray en El Día de la Marmota.
Las luces del Beach Club Express, el lugar donde comí la cena, (un pescado frito con papas fritas y salsa frita porque todo es frito), y dónde voy a pasar la noche se han apagado.
Me gusta que se llame Beach Club. Esta noche pensaré en todos esos soñadores que duermen en los aeropuertos, pero también en esos soñadores que duermen en las calles porque un día decidieron dejar sus pueblos o sus patrias y no han podido regresar jamás. Porque el sueño no fue lo que compraron. Pensaré en los que tienen frío y hambre, en los que duermen a las orillas de las playas, en los que comen de los restos de los demás y seré como ellos.
Porque esta noche no tengo una cama suave, una taza de te ni una cobija que me caliente, ni esposo, ni perro, ni amiga ni familiar a mi lado. Sólo un hombre que tose y que habla solo. Un olor a queso que sale de algún pié. Una pareja que no se disfruta sino que cada uno mira sus teléfonos. Otra pareja que entra con miedo, pero no les queda de otra.
Las luces del anuncio de neón del Beach Club Express titilan, como titilan las luces en los bares de cualquier isla caribeña a la media noche, de cualquier playa margariteña, de cualquier motel de carretera, de cualquier habitación en una película de terror.
Y siguen llegando otros dos a pernoctar. Es como estar en un hostal abierto, donde nadie se mira a la cara, si acaso se ve al piso buscando la opción donde tirar el saco de huesos. También sigue llegando gente a Oslo.
Mi amiga Dalia que sí llegó a la cita, estrá en París, también la pasará sola en «El nido creativo», como hemos nombrado al hotelillo donde nos quedaremos en Monmartre. Tal vez este es un buen comienzo para el ejercicio creativo que tendremos por dos días. Ella describe el área como jovial y alegre.
En este improvisado «bed and breakfast», aceptan perros y todo, acaba de llegar unos dueños con labradoodle. De verdad el hombre del pie de queso necesita hacer algo al respecto, pero luego pienso, cuánto no habrá caminado. Desde cuando estrá usando esos zapatos con las mismas medias. Al menos tiene zapatos y medias, aunque sean color de café.
Miro a la gente pasar, de todas partes, que se encuentran que se abrazan, que caminan de la mano, que van al kiosco y compran sustento. Guardias que nos cuidarán durante la noche.Un señor que antes había llegado y se sentó por unos minutos en el asiento opuesto a mí en la «pieza» que ocupo, perdón, la mesa, me acaba de regalar un yogur. Supongo que así también se vive en las calles. Él tenía dos, compartió uno conmigo. Que agradable!
El aeropuerto ahora me recuerda un poco aa las imágenes de las películas de Hayao Miyazake, podría ponerle un poco de jazz y listo, nos convertimos en personajes de animés. También parece un pequeño mundo donde todos los que estamos aquí, esperando un vuelo por la mañana, somos indigentes por una noche. Viendo a los afortunados reír, viajar, comprar, compartir con los suyos, sentir el abrazo del amor, el calor de un beso, la alegría de un perro enamorado al saltar sobre su amo. Donde no importa si el guardia sabe que estás fumando, a esta hora, no es importante saltarse una que otra regla…
Foto del día 20-11-2015 a la(s) 23:34 #2
Doy gracias a Dios por esta experiencia, ciertamente inesperada pero al privarme de mis comodidades, de mi zona de confort, mañana, con los dolores en la espalda y las ojeras y los achaques me recordarán de lo afortunada que soy. Gracias París por tu malcriadez, ya ves, algo bueno siempre sacaré de ellas.
Experiencia querida mía. Nos vemos mañana de todos modos, sé que estás muy triste y por esa razón te entiendo, te respeto y tal vez si acaso, hasta te quiera… aunque sea solo un poco.De una cosa estoy 100% segura… Este asiento no lo dejo «ni de vaina»…

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