Decidí hacer esta entrada porque me dí cuenta que la foto del Taj Mahal en las redes sociales causó revuelo. Entonces quiero contarles mi experiencia en este lugar de sueños.
Cuando era una niña ya me interesaban las siete maravillas del mundo. Me las sabia de memoria, la pirámide de Keops en Egipto, Los Jardines Colgantes de Babilonia, El Faro de Alejandría, el Templo de Diana en Éfeso, El Coloso de Rodas y otras que ahorita se me confunden en el recuerdo. Hasta retaba a mi hermano mayor a que me las dijera una a una y por supuesto que él perdía.
Mientras las enumero pienso: que grandes son los libros para una gente de pueblo. Qué hubiese sido de mí sin esa enciclopedia de tomos verdes que estaba en la casa de mi tía Anita en Calabozo. Dormían los pobres en esa polvorienta biblioteca.
Después de las comiquitas de “tardes felices”, la malta y la galleta me sumergía en ese cuarto de poca y tímida luz con sus múltiples chinchorros colgados, su piso de cemento pulido y la cortinita a media ventana. Ahí me encontraba con el mundo maravilloso. Saludaba a los libros y les preguntaba: – a ver, a ver, ¿qué me enseñarán hoy? Ellos en secreto se alegraban de verme. Me hablaron de tantas cosas, y en especial del Taj Mahal de mis anhelos. Cerraba los ojos y me imaginaba como habría de ser, la romántica historia tras bastidores.
El esposo que la amo tanto hasta después de muerta y que le mandó a hacer esa magnifica tumba. Le hablaba a mis amiguitas de lo que aprendía y nos daba mas tela que cortar a nuestra imaginación. Éramos princesas, volábamos en alfombras, hechizábamos flores, abríamos portales en el tiempo. Nunca me olvidé del Taj Mahal, en la India. La India, sonaba tan lejano todo aquello.
Pienso que hay un momento en la vida en el que rompemos con nuestros deseos, con nuestras fantasías infantiles y luego cuando somos adultos nos quedamos así, como con un hueco que lo rellena el día a día y que tratamos de no pisar, que bordeamos pero que sigue ahí, que la tapa es imaginaria, que es frágil como un niño mismo y nos produce siempre una pequeña y nerviosa nostalgia.
Así creemos que todo lo que logramos viene por los esfuerzos de nuestra adultez. Pero me pregunto yo: -si el tiempo es una invención del hombre, ¿quién me dice a mí, que ese deseo infantil que pedí hace más de 20 años no se cumplió ahora? Porque en mi tiempo, en efecto pasaron todos esos años pero, en el tiempo de los deseos , a lo mejor se me concedió de inmediato pero es mi hoy…
Porque honestamente yo no moví un dedo para viajar a la India… A mí me agarraron, me dijeron móntese aquí vea, para allá.. y badabim, badabum El Taj Mahal… tal y como ocurre cuando uno pide un deseo.
Hay quienes llamamos estas experiencias Milagros, a mi entender los Milagros son deseos fervorosos, cosas que pasan como por arte de magia…pero también está el milagro de todos los días, el que no vemos porque no es lo suficientemente «grande». La palabra de Dios, (sea cual sea el suyo y si tiene), hecha material, que nos protege y mima todos los días.
Como cuando salimos de la casa apurados, cogemos un taxi y al pagar nos damos cuenta de que nos olvidamos el monedero y en la desesperación, justo en la esquina nos encontramos a nuestro hermano, o amigo… o un billetico suelto y arrugado en el doble fondo de la cartera, o cuando vamos por la carretera y no caímos en ese hueco revienta cauchos… para mí eso es un milagro, no un golpe de suerte.
Siempre escuche que la India es un lugar de crecimiento espiritual. Pero para responder a este cliché solo puedo hablar con el silencio que no se encuentra aquí. Al menos en Delhi, Agra y Bombay, con la tranquilidad con la que tampoco me he topado en mis años viajando a este destino. Aunque la brisa huela a comino y vapores de especias, cuando no a sudor y ropa mal secada, vemos una humanidad en su esplendor. Una cultura que vio años de majestuosidad, riqueza y opulencia. Lo notas en los edificios de la herencia cultural. En la manera en que los ropajes y los hoteles se quieren ver.Atuendos que gritan yo fui.
Puedo evocar el brillo del ojo de un niño que busca lástima en tu corazón poniendo cara de hambre. Probablemente la tenga, pero la cara es aprendida… Se ve en el huequito del diente que le falta y que te viene a vender y como no le compraste igual te sonríe, pícaro y gracioso. Como diciéndote: -has pasado mi prueba… Pero no tienes compasión porque no pude embaucarte.
No te queda otra que en el desconcierto sonreír también… Pequeño pilluelo! Y lanzarle un beso con la mano y decir adiós y desearle buena suerte al niño. A todos los niños. India es un destino para guerreros. Mi sueño del Taj Mahal se convirtió en realidad, pero los beneficios fueron más reales que fantásticos. Sí es cierto, en India te haces más espiritual en la tierra.
Porque en esos espejitos de mosaico y de madre perla que hay en los monumentos, se ven los pies del otro, y de inmediato el profundo agradecimiento brota como una fuente incontenible. Agradeces por lo que te ha tocado vivir, por tus dramas, por tus traumas, vacíos o no. Por tu preocupación mas banal, como que si estas gorda, o tienes celulitis, porque no tienes tetas, o porque las tienes, da igual. Por supuesto agradeces por lo mas importante, salud, la vida, la familia, el trabajo, hasta agradeces porque tienes gastritis, porque te dio gripe, porque tienes frío, porque tienes, tienes, tienes, porque de verdad verdad no te falta nada.
Esta experiencia alrededor de Agra fue como un pasaje al purgatorio, a ese lugar descrito como una larga y miserable espera en donde la radio transmite sólo las oraciones de tus seres amados para salvar tu alma. No quiero decir que fue mala, sólo quiero expresar que de verdad más allá de la maravilla de creación humana, que debo decir, no he visto otro edificio más hermoso e impresionate que ese. Pero es una tumba. Y una tumba que la mujer obligó al hombre a construírle bajo la amenaza de que le mataría a todos sus hijos si no lo hacía.
Al menos eso fue lo que me contó el guía diciendo “La gente se muere por venir aquí, pero lo que no saben es que… ella, le obligó a construirle esta tumba»… No en vano, la majestuosidad de afuera no se refleja adentro, más bien queda una sensación a soledad que le empuja a una a salir de ahí despavorida. Será cierta esta versión… No me he molestado en comprobarla porque, la experiencia del Taj Mahal es única e irrepetible. Vale la pena “Patear ese Destino”, porque como la vida misma o la muerte, es una experiencia personal, única e irrepetible.
A veces no es bueno saber la verdad detrás de toda historia. Es como la película esa de Pi. No les contaré el final por si acaso no la han visto, pero la fantasía es más rica que la realidad.