Había estado esperando tanto por ese día, tenía todas las ilusiones en la maleta; fue lo primero que empaqué. Y aunque no investigué mucho sobre la ruta que iba a tomar, sabía que recorrería la famosa «Autobahn» de Alemania. Uff! Manejar en esa super autopista, convertida en un bólido, con autos deportivos a la derecha y a la izquierda con la canción de Kraftwerk del mismo título sonando duro.
¡Vaya emoción! De pequeña quería ser una corredora de Fórmula 1, entre otras cosas, y de seguro que lograría una sensación de piloto profesional en la Autobahn.
La aventura comenzó en Munich, un clima a pedir de boca, (considerando que en Oslo, la ciudad donde resido, el verano dejó a un otoño suplente en los oficios propios). Ni mucho frío ni mucho calor, comiendo y bebiendo en los parques de cerveza como lo hacen los bávaros. Un par de días bastaron para concluír que Munich es una ciudad de perfectas dimensiones y arreglos.
Por un fin de semana viví en la pequeña calle Dietrichstrasse, en casa de mi amiga, quien me recibió con la misma generosidad, sencillez, y la misma calidez que hacía nueve años. El reencuentro de una amistad, que había permanecido intacta, y hasta mejorada pues me hizo comer el mejor helado de fresa casero. Memorable. En la callecita tranquila de flores hermosas quedaron en el aire los recuerdos viejos abrazados con los nuevos.
Pero Picasso, el auto que había alquilado, estaba roncando los motores para probar su potencia en la autopista. La verdad yo esperaba que me dieran a manejar un Mercedes Benz o algún otro carro alemán en vez de uno francés, pero debo decir que era un vehículo increíblemente dotado de funciones y lujos, más de los que una puede utilizar. Escandalosas sirenas y alaertas, que me volvieron loca, hasta que aprendí a dominarlas. Luces y conectores, pantallas brillantes; brújula, cargador de energía para el teléfono, aire acondicionado adelante y atrás con reguladores independientes, quema coco (semi descapotable), daba la impresión de que estaba en una pequeña nave espacial, redonda y cómoda hasta el extremo de que tenía un asiento masagista para aliviar la espalda tiesa de una piloto cansada .
Pero la experiencia en la añorada Autobahn no fue para nada galáctica como me la esperaba, así, la imaginación y los mitos siempre se exceden. Sin embargo, no cambiaría por nada la imágen que la realidad me dejó, cuando kilómetro a kilómetro los Alpes se levantaban imponentes, como una fila de guardianes titánicos acuerpados y macizos.
Algunos vestidos de camuflaje con diferentes tonos de verde, pino y arbusto, luego los más viejos, supongo, bastánte rústicos, llevaban melenas canosas de nieve. Se parecían a los recios «patoteros» Harley Davison que son capaces de aguantar los estragos del frío y la intemperie.
Una vez superada a la decepción de rodar a 120 kmh y hasta menos, porque había muchos arreglos en la vía, me fui parando en pueblitos pequeños llenos de magia Bavaria. Castillos de ensueño, inspiración de cuentos de hadas, leyendas y otras historias de camino, fueron pintando mi viaje de ilusión podría decir, hasta infantil.
Y con los ojos llenos de brillo llegué a Ettal, donde hice mi primera pernocta. Era un sitio monástico viejísimo, de la orden de los benedictinos. En este pueblo se puede apreciar la belleza mestiza entre la naturaleza y el rococó de las estructuras.
Planeaba una noche, pero me quedé dos. Siempre voy a recomendar los establecimientos manejados por religiosos que ofrecen posada porque resultan una experiencia plácida y de seguro bastante económica.
Dos días más tarde, seguí pateando, las ruedas querían calentarse, y me tocó despedirme de Bavaria. Batiendo la mano como lo hacen las reinas, y con el corazón pintado de murales con ángeles e imágenes celestiales. Emocionada, me aseguré a mí misma: volveré.
Tip de la entrada: Si vas a viajar por carretera desde Alemania a Italia, sale más barato rentar el vehículo en Alemania.