Hoy en Noruega ya es 25 de junio, pero en otra latitud, es todavía 24, en Asia es ya es de mañana del mismo 25 y así van los tiempos.
Reflexiono y concluyo que todo es relativo a la latitud. Así pasa con los viajes, con la percepción de los destinos que se visitan. Pero también pienso que hay elementos que son constantes sin importar dónde uno esté.
Entre esos elementos inmutables encuentro la amistad . Por eso, quiero dedicarle esta entrada a los lazos. Porque si uno viaja y no hace una amistad, es un viaje perdido. Hay un proverbio chino que dice que uno está unido por una cinta invisible y que tarde o temprano habrán de acercarse.
Igual que los textos de un poeta venezolano, Eugenio Montejo «La tierra giró para acercarnos, giró sobre sí misma y en nosotros, hasta juntarnos por fin en este sueño»…
En mi patear por esta tierra, he dejado amigos regados por el mundo, no es la huella de mi persona sino la huela de ellos que me hace querer regresar a x o y destino. Porque estén ellos allí o se hayan ido, son las palabras dichas, los tragos consumidos o las risas y la mano estrechada, la promesa del volver a vernos lo que cuenta.
Cuantas veces no hemos escuchado que uno pasa por la vida como un turista… Es decir, sin pena ni gloria, solamente como espectador, como un elemento que estuvo y vio. Pero cuando se trata de ser un visitante, la cosa cambia. Quiere decir que hemos dado y recibido.
En diciembre pasado, me llegó un mensaje de texto de una chica que conocí en Hamburgo en un pub, ella y su novio estaban ahí, conversamos, nos conocimos y fue tan bonito que nos intercambiamos los números de teléfono. Un mensaje en navidad, dice más de ella que de mí, pero dice mucho más de la experiencia viajera.
Así mismo, alguna vez alguien me reclamó, es que no hay lugar donde vayas donde no conozcas a alguien? Ponle nombre a la ciudad, sí, amigos regados por todas partes.
No tiene un sentido utilitario, de tener dónde llegar, los amigos se hacen al llegar, incluso al partir, o inclusive antes de llegar. Porque uno «no sabe a dónde va hasta que llega» Amigos en cualquier lugar.
Conmigo va muy bien la canción “yo quiero tener un millón de amigos y así más fuerte poder cantar”.
Quería hablar de un destino específico, de tantos aquellos que he experimentado, pero es que ninguno de esos lugares tendría sentido sin la calidez humana que me ha abrazado siempre y no es que tenga yo nada especial, es que preciamente es la gente lo que hace la vida especial. Por qué vuelvo a Japón, o a Budapest? A España o a Singapur. A China o a Polonia? A Canadá o a Francia… a Londres? Los edificios, los museos o las tiendas no son sino entes inertes si no hay la ilusión de un idioma, de una cultura que se traduce en humanidad.
Porque aunque no vea a aquellos que me regalaron momentos de su existencia, son los parches de la camaradería que quedan en el aire, y se juntan con aquellos que han de venir.
Otra vez, recuerdo a una señora en un avión, ella era colombiana y viajábamos desde América para Europa. Diez horas charlando, hasta que quedó sobre la mesa una oferta para que visitara su pueblo. Una casa a la orden, una idea de verdes pastorales y animales de crianza que nunca conocí, un pueblo al que nunca fui, una persona a la que nunca escribí, tampoco ella a mi, pero nació una amistad recíproca, tácita que hoy recuerdo con la solidaridad del sentimiento entre dos viajeras.
También, aquella vez que una doña española me puso su villa a la orden en esa fuerza de la igualdad en el viaje que nos une.
Quise dedicar estas líneas a todos los viajeros que ofrecen su sonrisa sin fronteras a desconocidos como yo, porque llevan en la sangre la libertad del ser. El nido para una golondrina que migra.
Llevan en su haber la misma maleta de ilusiones, la misma idea del paso, de ofrecer al sediento el agua y del querer compartir el pan de la aventura.
Sí quiero tener un millón de amigos, porque al final del camino, este viaje a “Nínive” que no se puede recorrer en solitario.
