A veces mi madre me mira a los ojos y me dice que soy extraterrestre, con una convicción que da miedo y a veces me lo creo. De hecho, una vez soñé que había aterrizado desde el espacio en un océano y que al salir del agua con ojotes y cara de bicho gris, me disfracé de mí, para mezclarme con los terrícolas. Un sueño al mejor estilo de una película de ciencia ficción. Toda una pena que no apareció Tom Cruise por ningún lado. Pero en cualquier caso, me encanta parecer humana porque me toca vivir en este planeta Tierra.
Hoy se celebra el día internacional de la Tierra, por eso quiero compartir en esta entrada destinos que han cambiado mi relación con la idea de planeta, de inmensidad y pequeñez, del verdadero hallazgo que es la vida.
Todas las mañanas, cuando salgo a pasear a mi Tito, el perrito, me detengo unos segundos y admiro los brotes, cómo las plantas cada día trabajan sin cesar para abrir la hoja o la flor. Y agradezco por tener la dicha de celebrar esa magnánima Creación de la que además formo parte.
Desde que mi semilla interestelar pisó el planeta, aprendí a cultivar esa relación con el medio ambiente, tuve buenos maestros a lo largo de mi educación primaria, pero el amor por lo creado viene de regar lo de adentro y por eso doy gracias a mi mamá a mi madrina y a mi abuelita Juana, porque hicieron de la naturaleza una nueva y estimulante historia cada día. Al final, creo, serían ellas, tres extraterrestres criando a una terrícola.
En Google Noruega, a propósito del día de la Tierra, tienen un test, a ver qué animal eres y debo decir que mi resultado fue sorprendente, porque el que me tocó es uno de mis animales favoritos: SOY UN DRAGÓN DE KOMODO!!
Era pequeña cuando vi un programa sobre los dragones de Komodo y dije que algún día tenía que verlos en vivo. Y así fue, nuestras penetrantes miradas se encontraron en una especie de hermandad bizarra. Por eso mi primer destino de la lista Tierra que voy a enumerar a continuación es Komodo, pero los otros no son menos importantes ni menos hermosos, de hecho habrá más hermosos pero tiene que ver con mi experiencia planetaria.
- La Isla de Komodo en Indonesia, caminar de lejitos con los traicioneros dragones come piernas, (así les llaman los que trabajan en el parque nacional) y recorrer todo el archipiélago de Flores si que vale la pena. Dormir en barquito en medio del mar, bucear o hacer snorkel entre peces escorpión, peces payaso, corales, y otra cantidad de maravillas. Conectar con el silencio lleno de ruidos de las profundidades, te pone a valorar esta tierra y sus regalos.
- Islandia. Ya haré una entrada especial sólo de este lugar porque es, como si el planeta todo, antes de que existiera el sur se quedó en su estado original allí. Aquí los caballos duermen echados en los pastorales y las ovejas van de tres en tres. El hielo, el fuego, las entrañas de la tierra respiran y tosen, y los ojos profundos como el océano de la gente guardan los secretos del inicio de los días.
- El río St. Lawrence en Canadá, caudal grandioso de inspiración. Un río que se cree mar porque no conoce su propia belleza. Comedero de ballenas azules y belugas. Mi compañero de camino por muchas horas cansadas de hastío e ilusiones rotas. No hubo mejor compañía que su olor, la brisa que venía de su negri-plata inmensidad.
- Los Tiburones ballena de Donsol en Filipinas. Nadar con esos gigantes gentiles. Estar ahí a su lado, ver su piel pintada de lunares blancos, nadar a su ritmo. Ver sus bocazas negras abrirse como una bolsa gigante. Orar y agradecer al lado de ellos, no tiene precio. Bueno, el billete de avión, la estadía, el paseo… Pero a nivel de experiencia, quedará en mi corazón para toda la vida, o hasta que me de algo en la cabeza que haga que lo olvide, pero por el momento, NO tiene precio.
- El Archipiélago de Los Roques en Venezuela. Por su virginidad resplandor enceguecedor. Por esos recuerdos adolescentes de cuando volar en una avioneta de cuatro puestos, agarrando con la mano la puerta que estaba ajustada con una trenza de zapatos, no significaba un peligro. Y volar sobre el Gran Roque, y querer quedarse ahí arriba admirando por larguísimo rato.
- Yakushima en Japón. 22 kilómetros para saludar árboles de 3000 años de antigüedad. En el bosque de Hayao Miyazaki y su “Princesa Mononoke”. La imaginación se dispara y no te quieres ir. Quieres que el bosque te trague y no despertar sino en tu otro planeta. Que lugar lleno de verdes, donde el verde llegó para desarrollarse y reinventarse. Las flores escupen rocío, un bosque que habla, de verdad. Sin locura, HABLA!
- El cerro El Avila en Caracas. De tardecita, subiendo la nube de smog, respirando el oxígeno puro, viviendo en los alveolos del pulmón de la ciudad donde vuelan pericos y papagayos, luciérnagas y gatos de montaña. Donde la mente descansa y se va en busca de la Venezuela perdida.
- Los llanos apureños venezolanos. Una fauna, una flora, una vida, un canto eterno. Un arpa, cuatro y maracas, un olor a mastranto y cundeamor. Mitos y leyendas del hombre, la bestia y el espanto, que se funden ardientemente en metáforas. Garzas coloradas, caimanes, vacas y lagunas. Lanzas de palabras en las manos de brazos morenos que atraviesan los pechos de un suspiro. Vestigios de la tribu que se remontan guerreros con el rojo atardecer para hacer canción de la poesía y viceversa.
- El Amazonas. Fascinante aventura jurásica. El calor y los mosquitos, enseñan sobre la convivencia, y dejan, de veras, una lección para la vida en comunidad. Un cordón umbilical que te hala de un trancazo a recordar la teta de la madre tierra.
- Choroní y Chuao, en Aragua Venezuela. Habrán playas más bonitas, habrán playas más azules, habrán otras playas en la playa de mi vida pero aquí hay algo que se rompe cuando rompe el tambor. Cuando rompe la ola en las piedras del payón. Cuando la luna llena se refleja en los ojos, cuando una “guarapita de parchita” (aguardiente y fruta de maracuyá), pone el miedo a sudar.
Hay tantos lugares, las cuevas de Nerja en España, el sol de media noche y las estepas de nieve en Alta, con sus auroras boreales, el desierto en Omán, las playas de Sri Lanka, los fiordos noruegos, las sabanas de mongolia, las blue mountains en Australia, el monte Fuji, Koh Samui en Tailandia, la Isla de Margarita en Venezuela, La isla de La Tortuga también en Venezuela y los Pirineos españoles etc…
Fue tan difícil hacer esta lista, y claro que para mí Venezuela sería el destino por excelencia porque la naturaleza es simplemente mágica y de todo hay un pozo de vida y belleza, pero ciertamente hay sitios que quisiera conocer para saludar y abrazar a este planeta que me acoge. Los Andes, Los Alpes, Los Estados Unidos, Nueva Zelanda, Africa en general, las islas Fiji, Madagascar por ejemplo y que un Baobab me coma antes de que me lo coma yo a él.
Me parece válido recordar, que el planeta, sin ojos que lo admiren y gente que lo ame, es la nada. Lo que le hace más grande aún es el amor que nosotros le podamos entregar y este a su vez, con su reciprocidad generosa, nos va descubriendo cada uno de sus secretos ocultos en su seno maternal. Pero hay que querer ver y estar alerta, en vela como el lente de una cámara de National Geographic.
Feliz día del Planeta Tierra, terrícolas… Ese no era un grupo de los años 70´s?