Los efectos del sol

La experiencia de hoy me hizo entender el sentimiento de Rolf Jakobsen, uno de mis poetas noruegos favoritos, cuando escribió en Antenna-Forest :

«Arriba, en los tejados de la ciudad, hay extensos campos.
Donde el siencio se arrastra,
Cuando no hay lugar para él en las calles»

Alguna vez has visto a una iguana, o una lagartija tomando el sol? Bueno, algo así sucede en Oslo cuando hace un buen día de primavera. No queda un espacio libre en lugares públicos ya sea una plaza, un parque, los muelles, Cafés o restaurantes que ofrezcan servicio «al fresco».

Recuerdo la primera vez que vine a este país en primavera, una abuela se sentó a mi lado y mirando al cielo suspiró agradecidamente, con una marcada sonrisa, por ese rayito de luz que la besaba delicadamente. Ni siquiera hacía un solazo de esos que abrazan, sino que era un piquito de luz.

Esa impresión me hizo concientizar que, ese sol que en el sur de nosotros tenemos de sobra, como mangos y naranjas que caen y se pudren por la abundancia, aquí es, a penas, un recurso natural renovable una corta temporada al año y por ende incalculablemente apreciado.

En esta tarde preciosa, parecía que los 634.000 habitantes que tiene Oslo, según el último censo, mas los turistas que llegan en los cruceros, estaban como avispas zumbando en el centro de la ciudad y aunque había un poco de brisa y cuatro nubes, me atreví a salir con una falda, las piernas libre de nylon, sin chaqueta y con un fular de hilo. Que sensación de libertad. Que delicia no tener que llevar a cuestas el peso del plumón, la picazón de la lana ni la parafernalia del trapero invernal.

Mientras esperaba a mi amiga para almorzar, me detuve a hablar con unos argentinos-malagueños que visitaban y entre sonrisas y simpatías comentabamos la vida. Me dio tiempo para deleitarme viendo el mercadito de flores que por estas fechas levantan en un espacio que hace las veces de plazoleta en Stortorvet, al frente de «Oslo dommkirke», es decir la catedral.

Esta plazoleta también es popular por la oferta de frutas y vegetales de la temporada. Yo trato de acercarme a comprar maíz, coles y tubérculos, así como las mejores fresas y manzanas, esto, cuando no voy yo misma a recogerlas a los sembradíos para hacer mermeladas y postres.

Esta es la época en que la gente empieza a romper sus pupas y a desarrollar alas de mariposas colorinas. Además, ya se acerca el 17 de mayo, día nacional. Oficialmente es el día en que se conmemora la firma de la constitución en 1814. Entonces, los trabajos de limpieza en las calles y de embellecimiento con flores y verdejos, acompañados de la bendita luz, se nota también.

Venta de banderas nacionales, velas blancas, rojas y azules, globos de esos mismos colores, chifladores y demás elementos decorativos alusivos a la fecha se promocionan por doquier. A pesar del nacionalismo que se respira, hoy percibí un Oslo verdaderamente internacional. Me sentí en una ciudad grande, claro, tenía que cerrar los ojos. Pude distinguir tantos idiomas, no solamente el «hura hura» nórdico y las facciones de todos colores, tamaños y figuras, que antes estaban guardadas bajo gorros, bufandas y orejeras las distinguí claras, frescas y radiantes.

En Karl Johan, un paseo comercial con tiendas y establecimientos de comida que conecta la estación central de trenes (Oslo S), con Stortinget, el parlamento, estaba atestado de noruegos, turistas y artistas ambulantes que emocionados entretuvieron a los se dejaron entretener.

Cuántos estímulos. Me sentí como un bebé de tres meses. Y aunque la verdad es que después del silencio del invierno tardo un poco en adaptarme a la bullaranga, para nada me resisto.

Le doy la bienvenida con todo el corazón y mucho más que los brazos abiertos.

Ojalá estuvieras aquí…

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