Son las 7 de la mañana, suena la alarma, duermo en un sofá cama más bien duro, pero perfecto para recuperar las fuerzas. Diez minutos más, digo dos veces y luego a las 7:30 me levanto a duras penas convencida de que el mercado de Hamburgo vale la pena visitar. Después de todo, está más que recomendado en los portales de turismo.
No hay ni un alma en las calles de xxx, porque no puedo recordar el nombre, pero igual no hay ni un alma en ninguna calle. El autobús no llega sino en 15 minutos pasadas las 08:00 am. Es tarde para esperar pues el mercado en cuestión cierra a las 09:30 am.
Decido caminar hasta la estación del metro, que dicho sea de paso, en ese momento, no sé dóde queda, pero para ver unos pescados y unas subastas de frutas camino lo que sea. Mi mamá animada me acompaña y mi sobrina de 20 años.
Al llegar al mercado/puerto no se puede andar, el gentío que, más disciplinado que yo, va a comprar sus verduras y carne barata, se apiña y despliega a lo largo y ancho de un gran pasaje que, por un lado se contiene con un muro de ladrillos y al otro con unas barandas que aguantan el mar. Ahí vamos apretaditos como una salchicha.
Hamburgo, que no es la ciudad más barata de Alemania, parece tener el corazón ahí, en el mercado. Gritos de vendedores, ofreciendo melones, un hombre que se los ponía en el pecho como indicando que eran unos “buenos melones”, hacía reir a la gente con un humor más picante. Puestos de venta de charcutería se elevaban enérgicos a lado y lado de la calle. Suvenires, ropas, panes recién horneados y los olores del café despertaban hasta al más dormido.
Las gracias particulares de todo mercado al aire libre como se puede imaginar. Las gaviotas, por ser puerto, esperando migajas, sobrevolaban ese cielo sin techo, soltando a veces sus afortunadas cagarrutas blancas. Niños, viejos, perros y curiosos como yo, no cabíamos en el espacio, pero igual nos acomodábamos sin empujarnos mucho. Todos, aunque de diferentes nacionalidades, con un comportamiento muy alemán.
La estructura “vintage” nos esperaba al final de ese pasaje. Se erigía elegante y sobria. Decía yo a mi madre:
-Vamos mamá a caminar por arriba, para llegar más rápido al edificio que es lo que a mí me interesa ver.
Siempre he sabido qué es lo que me interesa de un lugar, pues hago mi investigación propia y no me pierdo mucho en las golosinas del camino. Después de todo frutas y “bochinche” he conocido desde que tengo uso de razón, viniendo de Latinoamérica.
Mi mamá se queda pensando en las piñas, hace dos meses que no ha probado una rodaja “buena y dulce” y sigue: «no quieres una ruedita» Y yo que le contesto:
-Mujer, me has parido y tienes 35 años conociéndome y nunca recuerdas que soy alérgica a las piñas, que me puedo morir?.
Y ella avergonzada, un poco – Ay hija si es verdad.
Vamos es para allá, mis ojos puestos en el ladrillo rojo y el hierro del propio establecimiento del mercado.
Ya más cerca veo gente bebiendo cerveza y fumando, charlando animada como si fuera de noche, a las nueve de la mañana. Yo excitada pensando en los pescados, preparada psicológicamente para aguantar olores propios de lo sacado del mar y para mi sorpresa, en vez de deliciosos mariscos me encuentro con el espacio lleno de gente de todas las edades, gozando en un festival colosal rock y caña.
Una banda que animaba a la clientela eufórica que bailaba, repito, a las nueve de la mañana, que comía carne con salsa y papas, hot dogs o “perros calientes” con todo y tarantines vendiendo marcas locales y extranjeras de birras, (extrañamente la cerveza danesa Calsberg, era la que mejor vendía), y cualquier cantidad de personajes gozando un «puyero» (un mundo).
Miro a mi madre a la cara y le digo, sueltamente “ qué vaina más loca, qué es esto?». Made in Germany, supongo, y se me empieza a dibujar en el rostro una mueca que parece una sonrisa confundida.
En vez de pescado y y amenidades encontré un tesoro, un oasis atemporal que se repite todos los domingos en este lugar de Hamburgo. Es como si, en mis momentos más depresivos sé que puedo comprar un boleto para acá y “descargar” mis penas en cerveza y Rock ´n´Roll.
Pués sí, a bailar se ha dicho, cuando en Roma, hacer a la romana… dice el dicho. Compré mi “Perro Caliente” y a beber cerveza.
La mañana más bizarra y espectacular jamás vivida. A un lado, en otro humor quedan los amaneceres de mirador en ciudades hermosas, de despertares con cantos de pájaros y sonidos de la selva y el campo, todo a la porra, en Hamburgo a descargar. Rock´n´Roll mi gente es lo que es bueno para sacudirse la maraña del cuerpo y de la mente.
Que buen rollo, bailar desde el amanecer hasta la tarde, normalmente seria de la tarde hasta el amanecer. Descargar con las canciones de las bandas de todos los tiempos, descargar bailando twist and shout antes de que el sol se ponga en el medio del cielo, antes de que la normalidad rompa las nubes. Lo que llamamos, el perfecto after party, para comenzar la fiesta.
Normalmente las palabras me vibran en los dedos y en teclado, pero para describir el shock de energía y de alegría que se vive en ese mercado de pescados en Hamburgo, hace falta vivirlo porque es algo etéreo, intangible, inexplicabe pero que se marca con hierro en el alma.
Viejos, niños, jovenzuelos de aquellos que cualquier día están en sus trabajos y en sus escuelas o universidades, vestidos de perfección y puntualidad, “acabando los trapos” al ritmo de Elvis Presley o de la intensidad de los Roling Stones o cantando una tonada babosa pero sentida. Es que es una experiencia de otro mundo.
Yo… terminé con un dolor en el cuello de tanto batir la cabeza. Me quedé con una reflexión increíble, porque dicho sea de paso, mi madre se ha ligado a un baterista que se enamoró de ella. Uno de los bateristas de la banda número uno de los años ochenta en la Alemania dividida, ahora convertido en la pareja perfecta para ella. Yo feliz de tener un “pappa” rockero, el sueño de toda exploradora no? Mentira todo un buen rollo de broma.
La moraleja es que que la vida, está en la calle y que hay que salir a buscarla. En el peor o más simple de los casos, salir a admirarla, a disfrutarla. A vivirla, aún con nuestros prejuicios o diferencias que están al rozar las realidades de otros mundos. Poco a poco, las iremos dejando en esos destinos patedos.
Después de toda aquella aventura matutina, no encontramos las fulanas piñas pero encontramos el mar, encontramos un nuevo día abriendose paso a nuestras nuevas perspectivas… llegamos a la casa con las manos vacías, sin frutas ni pescados, ni salchichas, ni pan, ni suvenires ni guindalejos pero con el alma llena de vida.