La esquina que escondía el sofá

 

Para escribir esta entrada, que es más una conversación en voz altísima con el espejo que otra cosa, me he sentado en el sofá de la sala de mi casa. Un sofá color gris “ratón”, casi pegado del radiador y de la ventana. Que lugar tan, pero tan cómodo que acabo de encontrar. Sí, parece mentira que no conocía todavía esta esquina de mi sofá, en mi propia casa. Es que la verdad, siempre me siento en el otro extremo.

El sofá es nuevo y me he tomado mi tiempo para llegar a conocerlo. No soy una chica tan fácil. Además, yo poco me siento y cuando lo hago, me quedo con mi zona de confort, la otra esquina.

Desde aquí puedo ver el cielo azulísimo, típico de Oslo cuando hay claridad primaveral, cuando el sol ha regresado de sus vacaciones de invierno y decide ponerse a trabajar. Impecable, el trabajo del sol en estas épocas la verdad. No sólo es fuente suprema de vitamina D, sino también inagotable generador de buenos humores. De rostros francos y atrevidos, de ojos curiosos como recién nacidos que comienzan a explorar el mundo. Y en la calle, las estatuas desnudas lanzan todas sus abrigos de nieve al mar.

 También tengo desde aquí la vista de dos plantas de ají dulce, semillas gallardas que se negaron a morir tullidas y de sombras. Una llegó conmigo de polizón en mi maleta en 2012 desde Venezuela y se ha convertido en un hermoso árbol y la otra en la cartera de mi mamá el año pasado. Como dicen por aquí los inmigrantes que se vienen «con una mano adelante y otra atrás», sobrevives el primer invierno y tienes el futuro garantizado. Igual pasó con mis ajís, llegó el primero, se estabeció y se trajo al hermano que  ya va floreando. Veo esto todos los días, personas que sobreviven el invierno cruel y luego dan buenos frutos.

Afuera, en el pequeño patio interior de mi residencia se oyen pájaros cantando y niños gritando; por fin, jugando en los columpios. Si una presta verdadera atención, así, con orejas de Corgi, se puede hasta escuchar cómo el torrente de la savia en los árboles revienta las puntas de las ramas en capullos.

 Es sábado de Semana Santa y todo sereno. No he leído las noticias y no quiero. Hoy, como en todo día de Gloria, me basta una brisa marina, la misma que más temprano en Huk, despejó pensamientos molestos de mis sienes. Huk, es mi playa favorita en la península de Bygdøy a diez minutos de mi casa en coche.

 Cuando iba de camino a la playa pensaba un poco, por qué esta ciudad,  me ha ido cautivando cada vez más, y creo que tiene que ver con que, de hecho, aquí se cumple el «cada día lleva su propio afán». Los días pasan como páginas de libros, con números al pie. No se salta uno la historia, tampoco en las partes aburridas. Si pierdes la continuidad tienes que volver hasta dónde te quedaste y así. Entonces, mejor un día a la vez, para no albergar frustraciones. Cuando aprendes a leer, se abre el paraiso nórdico del que todos hablan pero que nadie ve. Ya me aprendí las vocales al menos å,ø,æ.

Que delicia que sean pasadas las 19:00hrs y que haya luz LUZ LUZ LUZ. Bendita luz… Como la que esta  noche se encenderá como todas las veces y para siempre. Hoy me basta el ladrido de un perro feliz, el concierto de la orquesta de NRK, la televisora nacional, acompañando mi momento con la 3era sinfonía de Beethoven.

Por cierto, y con esto termino, lo de conversar con el espejo fue una metáfora porque, si de verdad me oyeran hablar con el espejo, sonaría como “por qué no se me asoma ni una cana y en cambio por qué tanta celulitis? Ah? Ah? El contorno de ojos de Jurilique no me está haciendo efecto por cierto”- pelando los ojos escudriñando una línea de expresión minúscula debajo de las pestañas inferiores.

Me quejaría de por qué tengo tanto relieve en el cableado de venas que se enreda debajo de la piel de mis piernas. Líneas que podrían parecer los cables perniciosos de una bomba que 007 desconecta en el último minuto. (Anque no me molestaría para nada que James Bond, Daniel Craig, viniera a ver mis cablecitos verdes, azules y morados).

 Pero estas preocupaciones pueriles de cómo me veo las dejo para mi nueva travesía Italia 2015 que comentaræe en otra entrada. (Siento como si de repente “Ciao” la mascota del Mundial de Fútbol Italia 90 va a salir bailando y cantando «Un’estate italiana» del escaparate chino que tengo en frente).

Italia 2015, un road trip desde Munich hasta Toscana por la Autobahn, el sistema de autopistas alemán. Nada más de imaginarlo me provoca dar brinquitos de alegría y me ilumino como una luciérnaga, pero todavía faltan algunos meses y como dice el refrán español “el que espera desespera”. Espero, desespero.

Entonces, por el momento y hasta que aguante, no quiero saber qué me comerá el coco mañana. Es difícil vivir en mí, y por eso, es maravilloso estar asæi serena. Este atardecer quiero quedarme con la divina paz de esta, la otra esquina, únicamente con el sabor de un pedazo de pastel de almendras, los tulipanes amarillos de la Pascua de este hermoso y noruego día.

FS

 

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