Con la intuición en la maleta de mano

Generalmente, no hablo en el aeropuerto.  No hablo con quién tengo al lado en mi asiento del avión por aquello de:

“perro que no conozco no le `jalo´ el rabo”. Es decir, soy cautelosa. La verdad es que siempre va a depender de la química que haya entre los que vayamos a compartir vuelos tan largos de hasta catorce horas.  

La excepción de esta regla es si viajo a Venezuela. Ahí sí “alboroto al pueblo” …

El punto de este post se trata de algo profundo, se trata de la seguridad personal en los viajes.

Una vez una mujer me abordó al salir del avión, estaba en tránsito y me preguntó que para dónde viajaba.  Yo más fría que cerveza de restaurante chino, respondía si-no-tal vez.  Ella al notar mi actitud y me dijo “solo quería ser sociable” y yo…  

¡Bueno vaya para una fiesta pues!

A muchos les parecería inverosímil que yo conteste de una manera tan desagradable, pero el aeropuerto no es mi zona de confort, aunque haya viajado muchísimo, siempre me encuentro en estado de alerta.

Para mí es esa dimensión entre mi libertad y la prisión. El túnel vaginal por donde pasa el bebé antes de salir y ver el mundo. Es el estrés de un parto.

Las puertas, la seguridad, los anuncios, las mulas, las maletas. El gentío, las reglas.

No sé qué intenciones tenía aquella mujer, pero mi instinto en ese momento, pienso, pudo prevenirme de una situación incómoda luego. ¿Por qué sucede esto? La química en todo momento es fundamental. Especialmente si estamos fuera de esa zona de confort.

 Cuando estamos en un aeropuerto, y viajamos de manera individual, es decir sin acompañantes o familiares parecemos más vulnerables a los que por alguna razón necesitan de camuflaje. Por esto es común que, en el proceso de hacer la inmigración de cualquier país, metan “en el cuartito” a personas de determinada edad o características y que viajan solas.

Una vez en el área del tránsito, esperando abordar el siguiente avión, conocí a una señora de República Dominicana, con ella sí me tomé hasta un café y al llegar a destino me prestó su celular para que avisara que había aterrizado bien pues me había quedado, como siempre, sin batería.

Es importante recordar que nuestro cerebro guarda una gran cantidad de información que conscientemente no sabemos que poseemos. Escuchar esa voz interior y dejarle conducirnos en momentos de duda, no es temor, es el instinto hablando.

Al decir no o alejarnos de una persona extraña que quiera irrumpir nuestro espacio en el avión o fuera de él, no implica que dejaremos de irradiar humanidad.

Saber decir “Lo siento, no deseo conversar” o “Es mejor que pidas ayuda a un oficial o azafata porque no estoy en capacidad de ayudarte”, antes de involucrarnos con alguien de quien no tenemos suficiente información como para saber sus intenciones, es cuidarnos. Es cuidarte. Es quererte.

No es mi intención decir que no podamos asistir a alguien, pero primero hay que escuchar ese sentido común y a ese instinto. Esto aplica en estaciones de autobús, en la calle y en cualquier sitio turístico, si viajas de forma independiente.

Me encantan las escenas de Hollywood en los que alguien se está ahogando en el piso y alguien sin experiencia médica le abre un agujero en la garganta y le salva la vida, pues eso no es muy común en la vida cotidiana. Es más probable que haya un timo relacionado a un tumulto.

Una vez una señora en la calle en España me lanzó una maldición porque no quise hablar con ella, llegó hablando dulcemente y despacito, pero cuando le dije que no deseaba hablar, me maldijo. Bueno, hay de todas las reacciones, pero de que no llevaba buena intención, no la llevaba. Nuevamente, salvada por el instinto.

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Un comentario

  1. La «paranoia venezolana», ese estado de alerta permanente ante lo que nos rodea (especialmente cuando estamos solas), es un superpoder que me ha salvado más de una vez. A lo de la española que te maldijo, a mí me pasó igual con una que me quería dar una ramita de romero y leerme la suerte en la mano… cuando empezó a hablar le solté ese clásico infalible de calcomanía de camionetica por puesto: «Dios te dé el doble de lo que tú me deseas». No falla. 😉

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