Hoy conocí a Don Lucho, un paisa de esos que hablar no más y es una risa. Me fui al barrio latino en Seven Sisters después de encontrarme con un amigo y caí ahí por casualidad pues conocí a unas colombianas en el metro y les pregunté dónde comprar Harina Pan, (ya sabes el tesoro cada vez más buscado y encontrado de los venezolanos expatriados).
Entonces, mientras me perdía entre tienditas llenándome los ojos de chucherías de mi infancia y de queso blanco costeño, dulces de coco y de guayaba pasaba el rato, preguntándome:
¿Cómo llegaba todo eso a Londres?
Caminando y “curucuteando”, me topé con “El vagón de la música” y su dueño Lucho.
¡Era renco (displacía de cadera supongo, de nacimiento) medio bajito, pero con un toque de haber visto días mejores para sus 50 y picote de años y con una labia, una cosa. ¡Como buen colombiano pues!

Era un negocio de películas y series latinoamericanas quemadas, todas las telenovelas que te puedas imaginar, hasta de las que ya ni me acordaba. Ese hueco era de verdad una fábrica de inteligencia total de piratería al derecho de autor.
También vendía ropa interior femenina, “la original colombiana” que no noté sino hasta que me dijo: ¡¿y por ahí tengo una ropita mi reina que le debe quedar bella, si le regalo una me la desfila?! (Así de pasado era)…
Yo compré una peli argentina, Los Incautos, (buenísima) sobre unos mafiosos y la gente que se deja robar y ahí me compró la atención con una historia de su abuelita incauta que criaba animales en el campo y un “mal parido hijo ´e pucha gonorrea que le robó a su marrana”.
Al final pase casi una hora ahí hablando paja con él. El Lucho me agarraba la mano, el brazo y yo “salga pa´ allá pulpo”, mientras me quemaba los DVD´s. Hay gente así. Sobre todo, los artistas, y este tenía el arte de la piratería.
En eso, me regaló unos zarcillos de la bandera colombiana muy cursis, pero un detalle y al final terminamos tomando café y fumando juntos, (cuando yo fumaba). Extrañaba esas espontaneidades, creo. Ahora m e he endurecido un poco, tantos años en Noruega, van creando una barrera de corales en el corazón.
Lucho me contó de su vida de sus mujeres y andanzas, a lo mejor dándose permiso de recordar viejos amores, con una extraña que no le juzgaría. Recuerdo ¡cómo me hizo reír! Un lince renco era don Lucho. Un mafioso de primera, con simpatía.

Pero ¿Por qué cuento esto? Es una entrada inusual, y este es un recuerdo muy antiguo. Tal vez su tienda ni siquiera exista ahora.
Tal vez porque este episodio también forma parte del patear y del destino.
Será porque me dijo algo que me dejó pensando en ese momento y en la actualidad, se vuelve pertinente…
Caigo en cuenta de lo que Lucho me quería decir. Que hay viajes en la vida, personas y situaciones que son como mini- rompecabezas a los que les faltan piezas. Piezas que nunca vamos a encontrar y hay que dejarlos así, con su hueco. Con la parte que está llena, ya podemos imaginar la que falta y con eso basta, para empezar a armar el siguiente.
No hay que ver todos los puntos del cielo para saber que es azul. Ni todos los elementos de un rostro para saber que tiene ojos, nariz y boca. En todo caso, la vida es movimiento, y el rompecabezas a penas una foto, un cuadro de una escena, no la certeza de un todo. Por eso, está bien dejar el hueco. Quien sabe por qué, justamente esa pieza reveladora, se perdió.
