Flor Santamaría Mujica
Cuando se viaja especialmente para vivir la experiencia gastronómica como vehículo cultural para conocer el carácter y la idiosincrasia de una ciudad, el destino recomendado es Copenhague, porque, aunque se disputa el título de capital de la gastronomía moderna de Europa con otras ciudades como Barcelona o San Sebastián, comer aquí es una historia inolvidable.
Desde una emblemática salchicha roja dentro de la estación de trenes o paseando por Kongens Nytorv, a un almuerzo con los tradicionales y elaborados “Smørrebrød” de camarones, salmón o de res y la multitud de arenques encurtidos de diferentes sabores junto con el aguardiente correspondiente, como los sirven en Aamanns o Schønnemann, no hay desilusión.
Copenhague es una capital con olor a mar, aquí la gente se percibe contenta, esto la hace perfecta para pasear después de los atracones sin preocupaciones más que de elegir dónde se comerán los rollitos daneses con el café para merendar. O si al mirar el atardecer con la estatua de La Sirenita, ya se habrá dispuesto dónde ir para la cena.
Noches con lluvias de estrellas Michelín
En Copenhague hay al menos quince restaurantes con estrellas Michelín para elegir, y con otros premios y galardones, muchos más. De los más famosos está Geranium con tres estrellas, al igual que Noma. Estos ofrecen una experiencia que es todo un cuento de hadas al mejor estilo de H.C Andersen.
Tal vez lo que hace de Copenhague un modelo de inspiración en la cocina mundial es que, según la bloguera Hazel Evans, “los restaurantes no compiten para ser los mejores y destruir a otros, sino que suelen colaboran entre sí”. Y es que los daneses aman y respetan la comida, así como la cerveza y esa pasión sibarita se contagia.


