DMZ Una Delgada Línea entre Corea del Norte y del Sur 감사합니다
Norcorea vista desde lejos como una pesadilla sobre la carrera para alcanzar el destino al que se quiere llegar pero que nunca llega.
Hace poco estuve por tercera vez en Seúl, la capital de Corea del Sur y debo decir que cada experiencia ha sido única y destacada. Ya sé que es un cliché decir eso, porque las experiencias y los días que transcurren son cada uno como el agua de un río, ni una gota que corre es igual a la anterior. O como las olas del mar, nunca vienen con la misma sal.
Me imagino que tiene que ver los intérvalos que han pasado entre visita y visita, mi edad y mis intereses. La primera vez que estuve allí fue en 2008, y lo primero que aprendí fue a decir gamsahabnida, gracias. Me gusta dar las gracias en el idioma local porque es como un gesto mínimo que puedo ofrecer a cambio de todos los servicios y beneficios que recibo.
En ese entonces estuve en Panmunjom, y en la Zona Desmilitarizada, que es el área a una hora de Seúl que dibuja la delgada línea que separa al norte con el sur. Es una zona basicamente habitada por oficiales y soldados de los cascos azules de la ONU, en cooperación con el ejército surcoreano. (Me encantó ver que Colombia, también tiene su banderita ondenate ahí junto con las demás, por cierto), y por al otro lado de la frontera queda una pequeña villa muy rural habitada por norcoreanos. En ese lugar es donde se han realizado y se realizan todos los encuentros oficiales y reencuentros de familiares entre los dos países.
(Imágenes tomadas de internet, no son propias)
Entonces, en 2008, me acababa de mudar de Venezuela a China y a penas descubría Asia. Era un continente completamente ajeno, con excepción del arroz frito y el sushi, no me interesaba mucho la verdad, y pensé en ese momento, que esa zona desmilitarizada era una especie de «check point», una alcabala simbólica, aún cuando el tour con los militares estadounidenses lo hiciera sentir bastante real, pero no me enteraba. En mi ignorancia pues, nada había leído sobre la guerra del 1951-53 que provcó el cisma. No sabía la oportunidad que estaba frente a mis ojos para conocer un poco más a cerca de ese país picado cruelmente por la mitad. (http://es.wikipedia.org/wiki/Guerra_de_Corea). Por eso es que hay que investigar un poco antes de viajar para saber dónde se está parado.
Siete años más tarde, es decir ahora en 2015 volví a Panmunjom y a la DMZ, por sus siglas en inglés, siete años después de haber pateado una gran parte de Asia, volví con el corazón arrugado como una hoja, volví después de escuchar testimonios de gente que escapó de Corea del Norte, volví con la imágen de un viejito que se reencontró con su familiar luego de 60 años de no haberlos visto justo en ese lugar que yo pisaba, grabada en el alma.
Recorrer el mismo lugar, entendiendo que en cualquier momento, podía quedar atrapada y hasta morir, pues «nunca se sabe, qué están tramando los norcoreanos» como expresó el soldado que nos acompañó en el camino. En cualquier instante podían atacar y que nuestra seguridad dependía incluso de la disciplina y la prudencia de los visitantes, quienes no podían incumplir las reglas del tour porque TODO puede ser tomado como ofensa y excusa para arremeter intempestivamente. Hasta una selfie mal tomada podía ser una luz verde para desatar un conflicto.
Tanto en 2008 como ahora, a penas una línea pintada en el suelo dividía las dos tierras hermanas y añorantes la una de la otra. Técnicamente puse pie en Corea del Norte pero antes de eso, nos hicieron colocar en una especie de «paredón» por algunos minutos para que los militares norcoreanos nos observaran, con binoculares o desde la entrada del edificio color cemento que se ve en la foto de abajo.
Sin sombreros ni gorros, dijeron. Sin lentes de sol, sin sonrisas ni muecas, las manos abajo y visibles, los pies juntos. Primero una fila, luego la otra. Después de esto, cuando el soldado dio la orden, pudimos tomar fotos. Clic, clic, clic, rápido, sin mucho orden ni estética. Como cuando se toman las fotos de prensa, haciendo lo que se puede entre la multitud que quiere lo mismo que tú.
Todos los soldados llevaban gafas de sol y a nadie se le puede hablar, ni siquiera mirarles mucho, a menos que sea tu soldado asignado, tu soldado «amigo».
La diferencia esta vez, con respecto a la primera visita, fue la parada en la estación de tren, una parada triste, un andén que espera algún día no muy lejano conectar a los turistas surcoreanos hasta las maravillosas montañas del norte. Un puerto vacío, cerrado, fantasmal casi. Un tren sin pasajeros y sin cenexiones. Las negociaciones sí se están llevando a cabo para ponerlo a funcionar, mucho dinero se pierde teniendo la estación parada y los del orte necesitan del turismo y los del sur mueren por subir a esas montañas. Anteriormente, con un permiso y mucha burocracia, antes, el surcoreano podía viajar con paquetes específicos autorizados etc, pero allá en la montaña, mataron a una señora que «violó» las normas, aparentemente un accidente, un mal entendido, pero se suspendieron dichas excursiones. Creo que fue por allá mismo en 2008 que ocurrió el infortunio.
Por estos días de mi pateo coreano, pasaba mucho en la región. Había comenzado una práctica militar conjunta entre las fuerzas armadas de Corea del Sur y EEUU en el mar del sur, el amarillo y el mar del este. Prácticas con artillería pesada, ejercicios que entraban en el marco de la operación Foal Eagle y que todavía sigue en desarrollo mientras escribo esta entrada (hasta el 24 de abril).
Por una parte, los jóvenes surcoreanos ya probablemente sólo con ancestros del otro lado, con la mano en el corazón juran querer la reunificación. Los extranjeros excépticos se pereguntan por qué, si a fin de cuentas la brecha de desarrollo que existe entre las dos Coreas es de dimensiones grotescas. Es algo como poner a Criptón vs Mundo Bizarro donde los criptonianos deben recuperar del todo al otro planeta. A ellos simplemente no les importa el costo material sino humano, dicen. Imagino, esos muchachos y muchachas cuánto han de haber visto llorar a sus parientes, por extrañar a los que quedaron prisioneros en ese siglo pasado que hoy presente sigue atrás en esa violenta clausura, a manos de aquellos que les vendieron carbón pintado por diamantes. La visita a Panmunjon, definitivamente un viaje por la historia contemporánea de países gemelos, nacidos de la misma placenta pero que fueron separados y criados, uno por Cruela de Vil.
Túneles secretos, puentes que no unen, banderas alzadas una casi al lado de la otra pero que no ondean porque son tan pesadas que es imposible que el viento las abra. Yo creo que ellas mismas, las banderas, no se quieren dejar ver así, diferentes, ajenas la una de la otra y se han puesto de acuerdo para no consentir la charada. Y es que cuentan los militares que Sur Corea levantó primero la bandera y luego los del norte hicieron otra más grande y más alta todavía a sólo metros de distancia como provocación.
Polo que sostiene la bandera que no vuela
Los coreanos, la misma fisionomía, la misma sangre, pero tan oprimidos. Unos por su gobierno y los otros por el dolor de no poder rescatarlos. Que peligro los nacionalismos y los adoctrinamientos. Que peligrosos los cantos de sirenas.
Quienes nos anotamos en el tour poco hablabamos, sólo escuchábamos y eso que los turistas «gringos» pueden ser bastante ruidosos cuando van decenas de ellos en un mismo bus. No había lugar para chistes, pues ibamos en una sórdida cápsula, portal en el tiempo, el «error en la Matrix» viviente y patente. Hay unos cuantos operadores que van a la zona desmilitarizada y Panmunjon que es parte del mismo paquete pero no son lo mismo. USO fue el que yo usé las dos veces que estuve ahí. Recomiendo de la tiendita de suvenirs, el heladito de chocolate blanco con pistacho, porque después de toda esa amarga visión necesitas un dulcito «ajuro».
Y es que por eso es que la naturaleza para mí, siempre juega y jugará el papel de mediador, el catalizador del desastre, porque no saben lo increíble que fue ver centenas de grullas en medio de aquello y los venaditos vampiro, únicos en su especie que tienen colmillos, deambulando, volando y pastando sobre un sembradío de arroz que se extiende, dando fruto, en el medio de los campos que separan a las dos mitades de ese gran corazón del Gam gam style.
Tal vez un día llegará, que esa gente pueda sentarse a comer su Bibimbap, (plato tradicional por excelencia), en la misma mesa.
Justo plato de arroz que espera ser servido desde hace tanto tiempo ya.
Arroz producido en la Zona Desmilitarizada. (DMZ por sus siglas en inglés).
Gracias por tu comentario. Muy triste pero super emocionante también. Pronto escribo la otra parte, la cara alegre de Seul viva y cervecera. Una ciudad 100%
Menos mal que hay aventureras para explicarnos todas estas cosas. Me he quedado boquiabierto!
Gracias por tu comentario. Muy triste pero super emocionante también. Pronto escribo la otra parte, la cara alegre de Seul viva y cervecera. Una ciudad 100%